Dr. Xavier Palacios Macedo

Dr. Xavier Palacios Macedo

Xavier Palacios Macedo, sin duda, forma parte de la historia más relevante de la Medicina mexicana de la segunda mitad del siglo veinte. La figura cercana de su padre, José Palacios Macedo, a su vez notable médico, impecable y brillante clínico, elegante y siempre con su clavel en la solapa, director de la Facultad de Medicina en 1934, maestro de muchas generaciones, y quien de acuerdo a palabras del Dr. Ortega Cardona, fue el clínico más notable de su época, sin duda influyó en su decisión de emprender el camino de la medicina. Pero en su historia familiar había ya otros antecedentes relevantes. Su bisabuelo, el coronel Miguel Palacios, soldado en la guerra de Reforma, leal a Juárez y a Lerdo, único militar en quien Mariano Escobedo confiaba, había sido el custodio de Maximiliano hasta su fusilamiento. Su abuelo, José María Palacios y Penilla, por otro lado, había sido el jefe de los Servicios Médicos de la División del Norte durante la Revolución.

Inició en forma muy precoz, a los 16 años, sus estudios en la antigua Escuela de Medicina, en Santo Domingo. Como dijera uno de sus amigos cercanos alguna vez, nunca supo lo que era un nueve de calificación. Primer lugar de su generación con diez de promedio, plagada, por otro lado, de otros destacados médicos de su época, se inició en la cirugía aún siendo estudiante de Medicina, en el sanatorio 1 del Seguro Social, bajo la tutela de un gran cirujano de aquella época, y queridísimo amigo suyo, Manuel Quijano Narezo, con quien mantuvo una estrecha relación toda su vida.





.

En los años 50, cuando terminó la carrera, el destino natural de los médicos mexicanos jóvenes que buscaban destacarse, eran los Estados Unidos. Muchos emigraron en ese entonces a ese país, ávido de médicos jóvenes por la guerra de Corea. Pero el Dr. Palacios Macedo tenía bien fijo en su mente el sueño de ir a Europa, a Francia en particular, para llenarse no solo de conocimientos médicos sino de la cultura del viejo continente. Ahí conoció, en la Casa de México de la ciudad Universitaria, a Elisabeth Quenot, estudiante de odontología,y quien posteriormente sería su esposa. Xavier Palacios Macedo fue un enamorado de Francia, de su cultura, de su gastronomía, de su vino, de su historia. Pocas personas conocían la historia de los Reyes de Francia como él. Sorprendía incluso a catedráticos universitarios. Viajó, en 1954, con una beca que otorgaban los laboratorios Roussel, en aquella época, al primer lugar de la generación de la escuela de Medicina. Partió a la aventura, vía Nueva York, y de ahí, en barco, a Francia. Tenía en su mente la idea de que lo bello de la cirugía era la reconstrucción, y no la mutilación. La cirugía cardiaca apenas empezaba, y poco se sabía de ella. Su intención inicial era la de hacer cirugía vascular, con el famoso René Leriche. Cuando llegó a Paris, Leriche era, sin embargo, un cirujano anciano y cansado, le recomendó hacer cirugía de mano y fue a tocar puertas a un prestigioso centro de cirugía reconstructiva. Pero pocos días duró ahí, sabía de los avances que estaba teniendo la cirugía cardiaca en Francia, intuía lo apasionante que podría llegar a ser, y logró iniciar un entrenamiento formal en el Hospital Broussais, en el servicio del Prof. Gaudart d´Allaines, bajo la tutela del Pr. Charles Dubost. Él decía que, sin duda, los dos mejores años de su vida habían sido los que había pasado en París.

Cuando regresó a México, en 1957, se unió al servicio del Dr. Pérez Redondo, mayor que él y que probablemente era, en ese entonces, uno de los otros pocos cirujanos cardiacos que había recibido un entrenamiento formal en el extranjero, durante 7 años, con el pionero de las comisurotomías mitrales, el Dr. Bailey. El Dr. Palacios Macedo, en esa época, en realidad apenas y había tenido contacto con las técnicas de circulación extracorpórea en Francia, y en México no se habían utilizado nunca. La Secretaría de Salud había comprado una bomba “finger pump” Sigmamotor, pero las autoridades del hospital se negaban a autorizar su uso. Se operaban, entonces, casi solamente conductos arteriosos, coartaciones de aorta y otras cirugías vasculares. Ante la imposibilidad de llevar a cabo cirugías con la bomba de CE, empezó a operar cirugía cardiaca con hipotermia tópica, la otra técnica en boga en ese entonces. Se colocaba al paciente en una tina de hielo, anestesiado, hasta bajar su temperatura a 31 o 32 grados. Se sacaba de la tina y se le colocaba en la mesa de operaciones. La temperatura tardaba en regularse nuevamente, y de hecho seguía bajando algunos grados más, por debajo de los 30 grados. Rápidamente se preparaba el área quirúrgica y se abría, habitualmente a través de una toracotomía derecha, hasta llegar al corazón. Se pinzaban las cavas, se abría la aurícula derecha y, contra reloj, casi a ciegas, por la sangre que persistía dentro del corazón, se intentaba corregir el defecto cardiaco. Evidentemente, casi todas las cirugías que se hacían así eran para corregir defectos sencillos, comunicaciones interauriculares principalmente. Los resultados, al parecer, eran en general buenos, pero por lo limitado de los defectos que podían corregirse, era claro que el empleo de la bomba de CE sería el futuro. Por esta razón, al mismo tiempo, creó un pequeño laboratorio de cirugía experimental en La Raza, probablemente el primero en México, en donde operaba perros que el mozo “Félix” salía a cazar a la calle, afuera del hospital. Según platicaba el Dr. Palacios Macedo, sin embargo, todos los animales se morían en la mesa de operaciones. En ese entonces, alrededor del año de 1957, se realizó un congreso internacional en la ciudad de México al que vino Walton Lillehei, el gran pionero de la cirugía cardiaca en el mundo, quien había experimentado inicialmente con circulación cruzada entre madre e hijo, y posteriormente había desarrollado una de las primeras bombas de circulación extracorpórea. Se hospedaba en el hotel Del Prado y platicaba el Dr. Palacios Macedo que fue a tocarle a su puerta y que le explicó su problema, que llevaba varios meses operando perros con la misma bomba que él había creado, pero que todos los perros se morían. Lillehei lo volteó a ver y le dijo, “Ah, sí, ¿todos se le mueren?” Pues intente operar humanos y verá que sobreviven. A mí también todos los perros se me morían… y entonces, empezó a operar humanos en el Hospital de La Raza, sorprendentemente también con éxito.

En plática realizada con el Dr. Palacios Macedo unos meses antes de morir, en 2013, para que describiera detalles de los orígenes de la cirugía cardiaca en México, muchas cosas ya no las tenía claras. No recordaba, por ejemplo, cuál había sido la primera cirugía que él había hecho con CE, pero algo que recordaba claramente era que, en el servicio, había sido el Dr. Pérez Redondo quien había operado la primera, una comunicación interventricular, que al parecer sobrevivió, y en la cual el Dr. Palacios Macedo había dado la primera perfusión.

Los años sesenta trajeron muchos cambios en toda la sociedad, y también en la cirugía cardiaca. A fines de 1963, volvió a Francia durante varios meses a observar la colocación de prótesis cardiacas, y luego unas semanas más a Portland, Oregon, con Albert Starr, para afinar detalles. Colocó la primera prótesis, ya como jefe de Cirugía Cardiovascular en el Centro Médico Nacional en febrero de 1964, en aquél entonces recién inaugurado. Él no estaba seguro si había sido la primera prótesis colocada en México, pero de acuerdo al Dr. Cuauhtémoc Díaz Devis, su primer residente, así había sido. La paciente fue una joven de nombre María Eugenia Vaca. En ese entonces no existían palas internas para desfibrilación. Las disponibles se colocaban externamente, con presión fuerte sobre el tórax, con gasas con alcohol para favorecer la descarga. En ese primer caso se produjo, al activar las palas, una gran flama que hizo que todo mundo saliera del quirófano corriendo. El Dr. Palacios Macedo se quedó, junto con Díaz Devis y la instrumentista Lidia Cerón, para apagar el fuego como pudo. Se reía del hecho de que había recibido, al poco tiempo, una carta de felicitación y una medalla por su acto heroico, pero el hecho final es que la paciente había sobrevivido no solo a la colocación de la primera prótesis mitral en México, ¡sino a un incendio en su cavidad torácica también! En ese momento había centenares de pacientes que esperaban una cirugía, y al poco tiempo de iniciar su experiencia operó a la primera paciente bivalvular, mitro-tricuspídea, Nelly Salvatore de Abarca, y poco tiempo después publicaba las primeras series en México de cirugías bi y trivalvulares. Por el hecho de que en aquella época varios de los centros eran aún escépticos sobre la cirugía cardiaca, y en particular sobre la utilidad de la implantación de prótesis, probablemente no haya en el país cirujano que haya operado más valvulares que él, muchísimos de ellos bi y trivalvulares que se encontraban desahuciados sin posibilidad de tratamiento quirúrgico antes del advenimiento de las prótesis mecánicas.

Una pasión que tuvo, dentro de la cirugía de corazón, fueron los trasplantes cardiacos. Toda proporción guardada, le sucedió lo que a Norman Shumway, quien fue el verdadero pionero del trasplante cardiaco en el mundo, pero no hizo el primero. Shumway hizo todos los estudios y trabajos serios previos, pero fue Christian Barnard, un alumno suyo, quien rápidamente, al regresar a Sudáfrica después de su entrenamiento, a la primera oportunidad hizo el primer trasplante cardiaco en diciembre de 1967. En México, en esa época, mi padre fue quien inició los trabajos experimentales y fue un convencido de que sería una terapéutica para los pacientes en insuficiencia cardiaca terminal. Intentó llevar a cabo el que en ese entonces hubiera sido el sexto trasplante de corazón en el mundo, en marzo de 1968, pero teniendo al donador y al receptor en salas contiguas, recibió la orden directa del entonces presidente de la república de suspender el procedimiento. Recuerdo aún vagamente ese día, yo tenía seis años, porque afuera de la casa se aglutinaron periodistas que querían enterarse de qué había pasado ese día en el Centro Médico… Existía en ese entonces un miedo al aún poco conocido terreno de los trasplantes, y poco se sabía también sobre la muerte cerebral como ahora la conocemos. Los meses que siguieron a esa prohibición de realizar el trasplante cardiaco fueron caracterizados por acaloradas discusiones médico-filosófico-legales sobre la muerte. Existe una grabación muy interesante de un programa de televisión, de principios de 1968 (“Anatomías”), en la que intervienen filósofos, abogados y médicos de diferentes especialidades, en una discusión sobre la ética en torno al trasplante de corazón, un valioso documento histórico, y una publicación en la que mi padre analiza a fondo la problemática legal y ética, con los conceptos de aquella época.

Por cuestiones políticas, que probablemente algunos de ustedes conocen, pero que no voy a mencionar, no se le permitió realizar el primer trasplante en México a fines de los años 80, cuando la legislación ya había sido modificada, a pesar de que había luchado por ello durante veinte años, pero sí realizó el primero exitoso con larga sobrevida, y el primer multiorgánico (que incluyó hígado y riñón, con los Dres. Díliz y Orozco, y pulmón, con los Dres. Santillán y Villalba) y la primera serie de doce trasplantes en los primeros años, de 1988 a 1993. Es sin duda, el gran pionero del trasplante cardiaco en México.

Fue un aficionado al Jai Alai y a los Toros, y un apasionado de las ciencias básicas, de la física, la química, las matemáticas, la astronomía, y supo inculcarnos esa pasión a mi hermano y a mí. Podía pasarse horas estudiando con nosotros. A mi hermano, sin duda, le inculcó esa pasión, siempre lúcido en estas áreas, pero a mí también. Recuerdo que de muy pequeño le dije, “claro que me gustan estas materias, pero porqué insistes en que son las más importantes, de qué me van a servir si llego a ser médico”, y me contestó, hazme caso, verás que sin importar a lo que te dediques, siempre te van a servir. Cada vez que hago algo tan rutinario como poner un parche para ampliar la arteria pulmonar y le pido a mi anestesiólogo, que multiplique pi por diferentes diámetros para calcular con precisión el ancho del parche que voy a crear, me acuerdo de él…

Durante la primera mitad de los años setenta, nuevamente por cuestiones políticas, se vio relativamente relegado temporalmente, en su propio servicio, pero eso coincidió, afortunadamente, con la época en la que más se pudo dedicar a su familia. De los mejores recuerdos que guardamos, sin duda, fueron esos viajes de verano, a visitar a la familia de mi madre en Francia y a hacer recorridos por Europa. Era un apasionado del estudio y conocimiento de la Biblia, no por inclinaciones religiosas, sino para comprender y apreciar cabalmente el arte renacentista.

Y después, nuevos cambios políticos, a fines de los años setenta, y su reinstalación como Jefe de División. Recuerdo la pasión con la que dirigió la creación de la espectacular unidad de cirugía cardiaca del hospital de Cardiología del Centro Médico en 1978. A los pocos meses de haberse instalado nuevamente, el hospital logró, operando doce o más pacientes diarios, acabar con la larga lista de espera del Seguro Social. Por algún tiempo, incluso, no se consideró necesario abrir otra unidad en el Centro Médico La Raza. El CMN se convirtió en el hospital de referencia de todo el país en materia de cirugía cardiaca.

Él nunca pretendió ser un innovador, e incluso podía llegar a menospreciar sus logros, pero fue un agudo observador de los fenómenos que se sucedían en torno de la cirugía cardiovascular en el mundo. Aplicaba, brillantemente, las técnicas y procesos revolucionarios de la cirugía cardiaca en un entorno difícil como el nuestro, y se mantuvo a la vanguardia en nuestro país. De gran inteligencia, personalidad arrolladora y convicciones muy firmes, aún entre sus opositores no creo que exista quien no reconozca la gran contribución que hizo a la cirugía cardiaca de México.

La honradez, honestidad y trabajo fueron siempre sus más fuertes valores y herramientas. Catedrático de la UNAM por cincuenta años, publicó más de 60 artículos científicos, y formó a más de 50 cirujanos cardiovasculares, pero también a muchos cardiólogos y a muchos otros médicos de otras especialidades, no sólo académicamente sino en otros aspectos humanos, con su liderazgo implacable.

Pionero de la cirugía cardiaca en su conjunto, pero también pionero de la cirugía de las malformaciones congénitas, de la cirugía valvular, del trasplante cardiaco, de la cirugía de revascularización y del empleo de homoinjertos. Realizó en 1963 la primera colocación de marcapaso en el país y la primera cardioversión junto con su gran amigo, Carlos Gaos.

Vivió una vida intensa, plena, y llena de logros. Su amplísima cultura, junto con su excelsa vocación científica lo llevaron a ser no solo un notable médico y cirujano de su época, sino a ser un verdadero humanista. La medicina y la cirugía de nuestro país perdieron a un gran personaje, pero nos quedamos con extraordinarios recuerdos él, y con un grandísimo ejemplo a seguir, muy difícil de igualar.

Xavier Palacios Macedo, sin duda, forma parte de la historia más relevante de la Medicina mexicana de la segunda mitad del siglo veinte. La figura cercana de su padre, José Palacios Macedo, a su vez notable médico, impecable y brillante clínico, elegante y siempre con su clavel en la solapa, director de la Facultad de Medicina en 1934, maestro de muchas generaciones, y quien de acuerdo a palabras del Dr. Ortega Cardona, fue el clínico más notable de su época, sin duda influyó en su decisión de emprender el camino de la medicina. Pero en su historia familiar había ya otros antecedentes relevantes. Su bisabuelo, el coronel Miguel Palacios, soldado en la guerra de Reforma, leal a Juárez y a Lerdo, único militar en quien Mariano Escobedo confiaba, había sido el custodio de Maximiliano hasta su fusilamiento. Su abuelo, José María Palacios y Penilla, por otro lado, había sido el jefe de los Servicios Médicos de la División del Norte durante la Revolución.

Inició en forma muy precoz, a los 16 años, sus estudios en la antigua Escuela de Medicina, en Santo Domingo. Como dijera uno de sus amigos cercanos alguna vez, nunca supo lo que era un nueve de calificación. Primer lugar de su generación con diez de promedio, plagada, por otro lado, de otros destacados médicos de su época, se inició en la cirugía aún siendo estudiante de Medicina, en el sanatorio 1 del Seguro Social, bajo la tutela de un gran cirujano de aquella época, y queridísimo amigo suyo, Manuel Quijano Narezo, con quien mantuvo una estrecha relación toda su vida.

En los años 50, cuando terminó la carrera, el destino natural de los médicos mexicanos jóvenes que buscaban destacarse, eran los Estados Unidos. Muchos emigraron en ese entonces a ese país, ávido de médicos jóvenes por la guerra de Corea. Pero el Dr. Palacios Macedo tenía bien fijo en su mente el sueño de ir a Europa, a Francia en particular, para llenarse no solo de conocimientos médicos sino de la cultura del viejo continente. Ahí conoció, en la Casa de México de la ciudad Universitaria, a Elisabeth Quenot, estudiante de odontología,y quien posteriormente sería su esposa. Xavier Palacios Macedo fue un enamorado de Francia, de su cultura, de su gastronomía, de su vino, de su historia. Pocas personas conocían la historia de los Reyes de Francia como él. Sorprendía incluso a catedráticos universitarios. Viajó, en 1954, con una beca que otorgaban los laboratorios Roussel, en aquella época, al primer lugar de la generación de la escuela de Medicina. Partió a la aventura, vía Nueva York, y de ahí, en barco, a Francia. Tenía en su mente la idea de que lo bello de la cirugía era la reconstrucción, y no la mutilación. La cirugía cardiaca apenas empezaba, y poco se sabía de ella. Su intención inicial era la de hacer cirugía vascular, con el famoso René Leriche. Cuando llegó a Paris, Leriche era, sin embargo, un cirujano anciano y cansado, le recomendó hacer cirugía de mano y fue a tocar puertas a un prestigioso centro de cirugía reconstructiva. Pero pocos días duró ahí, sabía de los avances que estaba teniendo la cirugía cardiaca en Francia, intuía lo apasionante que podría llegar a ser, y logró iniciar un entrenamiento formal en el Hospital Broussais, en el servicio del Prof. Gaudart d´Allaines, bajo la tutela del Pr. Charles Dubost. Él decía que, sin duda, los dos mejores años de su vida habían sido los que había pasado en París.

Cuando regresó a México, en 1957, se unió al servicio del Dr. Pérez Redondo, mayor que él y que probablemente era, en ese entonces, uno de los otros pocos cirujanos cardiacos que había recibido un entrenamiento formal en el extranjero, durante 7 años, con el pionero de las comisurotomías mitrales, el Dr. Bailey. El Dr. Palacios Macedo, en esa época, en realidad apenas y había tenido contacto con las técnicas de circulación extracorpórea en Francia, y en México no se habían utilizado nunca. La Secretaría de Salud había comprado una bomba “finger pump” Sigmamotor, pero las autoridades del hospital se negaban a autorizar su uso. Se operaban, entonces, casi solamente conductos arteriosos, coartaciones de aorta y otras cirugías vasculares. Ante la imposibilidad de llevar a cabo cirugías con la bomba de CE, empezó a operar cirugía cardiaca con hipotermia tópica, la otra técnica en boga en ese entonces. Se colocaba al paciente en una tina de hielo, anestesiado, hasta bajar su temperatura a 31 o 32 grados. Se sacaba de la tina y se le colocaba en la mesa de operaciones. La temperatura tardaba en regularse nuevamente, y de hecho seguía bajando algunos grados más, por debajo de los 30 grados. Rápidamente se preparaba el área quirúrgica y se abría, habitualmente a través de una toracotomía derecha, hasta llegar al corazón. Se pinzaban las cavas, se abría la aurícula derecha y, contra reloj, casi a ciegas, por la sangre que persistía dentro del corazón, se intentaba corregir el defecto cardiaco. Evidentemente, casi todas las cirugías que se hacían así eran para corregir defectos sencillos, comunicaciones interauriculares principalmente. Los resultados, al parecer, eran en general buenos, pero por lo limitado de los defectos que podían corregirse, era claro que el empleo de la bomba de CE sería el futuro. Por esta razón, al mismo tiempo, creó un pequeño laboratorio de cirugía experimental en La Raza, probablemente el primero en México, en donde operaba perros que el mozo “Félix” salía a cazar a la calle, afuera del hospital. Según platicaba el Dr. Palacios Macedo, sin embargo, todos los animales se morían en la mesa de operaciones. En ese entonces, alrededor del año de 1957, se realizó un congreso internacional en la ciudad de México al que vino Walton Lillehei, el gran pionero de la cirugía cardiaca en el mundo, quien había experimentado inicialmente con circulación cruzada entre madre e hijo, y posteriormente había desarrollado una de las primeras bombas de circulación extracorpórea. Se hospedaba en el hotel Del Prado y platicaba el Dr. Palacios Macedo que fue a tocarle a su puerta y que le explicó su problema, que llevaba varios meses operando perros con la misma bomba que él había creado, pero que todos los perros se morían. Lillehei lo volteó a ver y le dijo, “Ah, sí, ¿todos se le mueren?” Pues intente operar humanos y verá que sobreviven. A mí también todos los perros se me morían… y entonces, empezó a operar humanos en el Hospital de La Raza, sorprendentemente también con éxito.

En plática realizada con el Dr. Palacios Macedo unos meses antes de morir, en 2013, para que describiera detalles de los orígenes de la cirugía cardiaca en México, muchas cosas ya no las tenía claras. No recordaba, por ejemplo, cuál había sido la primera cirugía que él había hecho con CE, pero algo que recordaba claramente era que, en el servicio, había sido el Dr. Pérez Redondo quien había operado la primera, una comunicación interventricular, que al parecer sobrevivió, y en la cual el Dr. Palacios Macedo había dado la primera perfusión.

Los años sesenta trajeron muchos cambios en toda la sociedad, y también en la cirugía cardiaca. A fines de 1963, volvió a Francia durante varios meses a observar la colocación de prótesis cardiacas, y luego unas semanas más a Portland, Oregon, con Albert Starr, para afinar detalles. Colocó la primera prótesis, ya como jefe de Cirugía Cardiovascular en el Centro Médico Nacional en febrero de 1964, en aquél entonces recién inaugurado. Él no estaba seguro si había sido la primera prótesis colocada en México, pero de acuerdo al Dr. Cuauhtémoc Díaz Devis, su primer residente, así había sido. La paciente fue una joven de nombre María Eugenia Vaca. En ese entonces no existían palas internas para desfibrilación. Las disponibles se colocaban externamente, con presión fuerte sobre el tórax, con gasas con alcohol para favorecer la descarga. En ese primer caso se produjo, al activar las palas, una gran flama que hizo que todo mundo saliera del quirófano corriendo. El Dr. Palacios Macedo se quedó, junto con Díaz Devis y la instrumentista Lidia Cerón, para apagar el fuego como pudo. Se reía del hecho de que había recibido, al poco tiempo, una carta de felicitación y una medalla por su acto heroico, pero el hecho final es que la paciente había sobrevivido no solo a la colocación de la primera prótesis mitral en México, ¡sino a un incendio en su cavidad torácica también! En ese momento había centenares de pacientes que esperaban una cirugía, y al poco tiempo de iniciar su experiencia operó a la primera paciente bivalvular, mitro-tricuspídea, Nelly Salvatore de Abarca, y poco tiempo después publicaba las primeras series en México de cirugías bi y trivalvulares. Por el hecho de que en aquella época varios de los centros eran aún escépticos sobre la cirugía cardiaca, y en particular sobre la utilidad de la implantación de prótesis, probablemente no haya en el país cirujano que haya operado más valvulares que él, muchísimos de ellos bi y trivalvulares que se encontraban desahuciados sin posibilidad de tratamiento quirúrgico antes del advenimiento de las prótesis mecánicas.

Una pasión que tuvo, dentro de la cirugía de corazón, fueron los trasplantes cardiacos. Toda proporción guardada, le sucedió lo que a Norman Shumway, quien fue el verdadero pionero del trasplante cardiaco en el mundo, pero no hizo el primero. Shumway hizo todos los estudios y trabajos serios previos, pero fue Christian Barnard, un alumno suyo, quien rápidamente, al regresar a Sudáfrica después de su entrenamiento, a la primera oportunidad hizo el primer trasplante cardiaco en diciembre de 1967. En México, en esa época, mi padre fue quien inició los trabajos experimentales y fue un convencido de que sería una terapéutica para los pacientes en insuficiencia cardiaca terminal. Intentó llevar a cabo el que en ese entonces hubiera sido el sexto trasplante de corazón en el mundo, en marzo de 1968, pero teniendo al donador y al receptor en salas contiguas, recibió la orden directa del entonces presidente de la república de suspender el procedimiento. Recuerdo aún vagamente ese día, yo tenía seis años, porque afuera de la casa se aglutinaron periodistas que querían enterarse de qué había pasado ese día en el Centro Médico… Existía en ese entonces un miedo al aún poco conocido terreno de los trasplantes, y poco se sabía también sobre la muerte cerebral como ahora la conocemos. Los meses que siguieron a esa prohibición de realizar el trasplante cardiaco fueron caracterizados por acaloradas discusiones médico-filosófico-legales sobre la muerte. Existe una grabación muy interesante de un programa de televisión, de principios de 1968 (“Anatomías”), en la que intervienen filósofos, abogados y médicos de diferentes especialidades, en una discusión sobre la ética en torno al trasplante de corazón, un valioso documento histórico, y una publicación en la que mi padre analiza a fondo la problemática legal y ética, con los conceptos de aquella época.

Por cuestiones políticas, que probablemente algunos de ustedes conocen, pero que no voy a mencionar, no se le permitió realizar el primer trasplante en México a fines de los años 80, cuando la legislación ya había sido modificada, a pesar de que había luchado por ello durante veinte años, pero sí realizó el primero exitoso con larga sobrevida, y el primer multiorgánico (que incluyó hígado y riñón, con los Dres. Díliz y Orozco, y pulmón, con los Dres. Santillán y Villalba) y la primera serie de doce trasplantes en los primeros años, de 1988 a 1993. Es sin duda, el gran pionero del trasplante cardiaco en México.

Fue un aficionado al Jai Alai y a los Toros, y un apasionado de las ciencias básicas, de la física, la química, las matemáticas, la astronomía, y supo inculcarnos esa pasión a mi hermano y a mí. Podía pasarse horas estudiando con nosotros. A mi hermano, sin duda, le inculcó esa pasión, siempre lúcido en estas áreas, pero a mí también. Recuerdo que de muy pequeño le dije, “claro que me gustan estas materias, pero porqué insistes en que son las más importantes, de qué me van a servir si llego a ser médico”, y me contestó, hazme caso, verás que sin importar a lo que te dediques, siempre te van a servir. Cada vez que hago algo tan rutinario como poner un parche para ampliar la arteria pulmonar y le pido a mi anestesiólogo, que multiplique pi por diferentes diámetros para calcular con precisión el ancho del parche que voy a crear, me acuerdo de él…

Durante la primera mitad de los años setenta, nuevamente por cuestiones políticas, se vio relativamente relegado temporalmente, en su propio servicio, pero eso coincidió, afortunadamente, con la época en la que más se pudo dedicar a su familia. De los mejores recuerdos que guardamos, sin duda, fueron esos viajes de verano, a visitar a la familia de mi madre en Francia y a hacer recorridos por Europa. Era un apasionado del estudio y conocimiento de la Biblia, no por inclinaciones religiosas, sino para comprender y apreciar cabalmente el arte renacentista.

Y después, nuevos cambios políticos, a fines de los años setenta, y su reinstalación como Jefe de División. Recuerdo la pasión con la que dirigió la creación de la espectacular unidad de cirugía cardiaca del hospital de Cardiología del Centro Médico en 1978. A los pocos meses de haberse instalado nuevamente, el hospital logró, operando doce o más pacientes diarios, acabar con la larga lista de espera del Seguro Social. Por algún tiempo, incluso, no se consideró necesario abrir otra unidad en el Centro Médico La Raza. El CMN se convirtió en el hospital de referencia de todo el país en materia de cirugía cardiaca.

Él nunca pretendió ser un innovador, e incluso podía llegar a menospreciar sus logros, pero fue un agudo observador de los fenómenos que se sucedían en torno de la cirugía cardiovascular en el mundo. Aplicaba, brillantemente, las técnicas y procesos revolucionarios de la cirugía cardiaca en un entorno difícil como el nuestro, y se mantuvo a la vanguardia en nuestro país. De gran inteligencia, personalidad arrolladora y convicciones muy firmes, aún entre sus opositores no creo que exista quien no reconozca la gran contribución que hizo a la cirugía cardiaca de México.

La honradez, honestidad y trabajo fueron siempre sus más fuertes valores y herramientas. Catedrático de la UNAM por cincuenta años, publicó más de 60 artículos científicos, y formó a más de 50 cirujanos cardiovasculares, pero también a muchos cardiólogos y a muchos otros médicos de otras especialidades, no sólo académicamente sino en otros aspectos humanos, con su liderazgo implacable.

Pionero de la cirugía cardiaca en su conjunto, pero también pionero de la cirugía de las malformaciones congénitas, de la cirugía valvular, del trasplante cardiaco, de la cirugía de revascularización y del empleo de homoinjertos. Realizó en 1963 la primera colocación de marcapaso en el país y la primera cardioversión junto con su gran amigo, Carlos Gaos.

Vivió una vida intensa, plena, y llena de logros. Su amplísima cultura, junto con su excelsa vocación científica lo llevaron a ser no solo un notable médico y cirujano de su época, sino a ser un verdadero humanista. La medicina y la cirugía de nuestro país perdieron a un gran personaje, pero nos quedamos con extraordinarios recuerdos él, y con un grandísimo ejemplo a seguir, muy difícil de igualar.